Dirán
ustedes que son una minoría, que no representan a aquellos que pacificamente se
manifiestan y piden una consulta, pero los derroteros por los que algunas
personas, por llamarlas de algún modo, encaminan su ideología no puede recibir
otro nombre que fascismo. Hago referencia a los insultos que ha debido aguantar
Joaquim Brugué.
Pere
Ríos, periodista de EL PAÍS, hacía
una crónica de los hechos el pasado 8 de octubre: “Joaquim Brugué (Barcelona,
1963) dimitió el domingo como miembro de la comisión de control (la junta
electoral) que
vela por la consulta soberanista del 9 de noviembre al considerar que “no
ofrece condiciones democráticas”, según aseguró en Twitter. Empezó entonces “un
linchamiento”, que perduraba ayer, cuando escribió en su cuenta que “una
sociedad cruza una frontera cuando considera que el fin legitima los medios”.
En conversación telefónica con EL PAÍS, Brugué se ratifica en sus críticas
sobre cómo están gestionando el proceso las instituciones catalanas y los
partidos soberanistas, entre ellos, Iniciativa per Catalunya Verds, que le
propuso para esa comisión de control. “Llevan días escenificando para que no se diga que
no han ido hasta el final, pero saben que no habrá consulta”, explica”.
Brugué,
prestigioso catedrático de Ciencias políticas i sociología ha sido atacado y
“socialmente linchado” por el hecho de pensar que la consulta no tiene
garantías democráticas.
En
este orden de cosas, unos estudiantes independentistas, asaltaron la sede del
PSC de Les Corts, en Barcelona, e hicieron pintadas de un tono que también debe
recibir el calificativo de fascista.
Serán
una minoría, repito, pero algunos de los que piden “libertad” para votar no son
capaces de respetar la libertad de los otros para disentir de un proceso que
reune todos los requisitos de la ilegalidad y, por tanto, del no reconocimiento
del resultado.
Escrito para LA VOZ DE CASTELLDEFELS