El martes doce de noviembre se rubricó el acuerdo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, es decir, entre el PSOE y Unidas Podemos.
A estas alturas del partido se habrá dicho de todo al respecto, así que no aspiramos a descubrir la sopa de ajo.
Que se haya producido el acuerdo de manera tan veloz indica que durante la campaña electoral debieron existir contactos, si no es bastante imposible que el a cuerdo llegara de manera tan veloz. Ahora bien, es indudable que el ascenso de VOX, eso creemos, hizo aumentar la velocidad de crucero de la firma que propicia el gobierno de coalición.
Los que somos progresistas estamos de acuerdo con el pacto sellado, unos con sus más y otros con sus menos. Y críticas a un lado, solo queda esperar que se unan de una manera o de otra los que tienen que hacer posible ese gobierno.
Sí, podían haber llegado a un acuerdo antes, pero no lo hicieron. Fuera culpable Sánchez o lo fuera iglesias el caso es que las conversaciones no llegaron a buen puerto.
Sí, que si otras elecciones, que si el gasto electoral, etc. Lamentarnos no sirve de nada, ahora hay que mirar al futuro.
Lo cierto es que en la historia reciente de nuestro país, desde que se aprobara la constitución de 1978, se da una nueva situación que algunos agoreros ya tildan de corta y otros, los más optimistas, confiamos en que llegue a buen puerto dentro de cuatro años. Se acabó una etapa y empezamos nueva singladura.
En ella hay que acometer muchos problemas de Estado y uno de concepción democrática: establecer en serio un cinturón que cortocircuite la existencia de la extrema derecha. Que acabe de una vez por todas el blanqueo que PP y Ciudadanos han hecho de VOX. Esperemos que se legisle también para que la exaltación de los valores fascistas no tenga cabida en nuestro país.
Y por lo que respecta a Cataluña, una cosa queda clara: todo pasará por el tamiz democrático.
Iniciamos nuevo camino.