Haruki Murakami, que recibió el premio Catalunya el 9 de junio, hablaba de su pueblo, el japonés, refiriéndose a él como el que ama el esplendor efímero de los sakura (la flor del cerezo), las luciérnagas o las hojas de otoño y que, sobre todo, siente paz cuando esta belleza fugaz empieza a desvanecerse. En definitiva, un pueblo que disfruta del instante, por pequeño que sea.
Reflexiono sobre el esplendor efímero y me enfrento a una idea que ronda estos días por mi cabeza, la de los indignados que han llenado plazas o las de los que les han entendido y apoyado desde la distancia. Ellos han disfrutado del placer efímero de sentirse escuchados, aunque también fueron vilipendiados. De la actitud constructiva que muchos han mostrado y de las propuestas con sentido debemos tomar buena nota y creer que una sociedad más justa es posible. De aquellos que creen que impedir el desarrollo normal de las instituciones en un país democrático es revolucionario, en cambio, no debemos fiarnos, porque su esplendor efímero, el de impedir una sesión constitutiva de un ayuntamiento o una ordinaria del Parlament de Catalunya no es más que una agitación callejera y con esa actitud no se construye equidad sino desorden y el desorden solivianta los ánimos más escondidos, nada bueno para el conjunto de la ciudadanía.
Escrito para La voz de Castelldefels