Tres profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona, Jordi Muñoz, Eva Anduiza y Aina Gallego, han realizado una investigación sobre este fenómeno que no es exclusivo de nuestro país, pero que parece instalado entre nosotros de manera más profunda que en otros.
Según el estudio, tendemos a minimizar la corrupción si los que la cometen nos son afines. Así que, aunque creamos que todos estamos escandalizados por el asunto, y la encuesta del CIS así lo refleja por cuanto un 43,7 % lo señalan, parece que la cosa va por barrios. Es decir, si el que ha cometido la troplía es de nuestro barrio, lo vemos con cierta benevolencia, en cambio, si es de un barrio que no nos gusta pisar, la cosa se ve grave.
No obstante, cuando la corrupción se nos aparece como algo grave y los que la cometen son de los nuestros lo que hacemos es abstenernos. Y debe de ser cierto porque ésta va in crescendo.
Según algunos estudios, si un alcalde es corrupto, pero se ha preocupado del bienestar de la población que dirige, se le perdona porque que venga otro sin mancha no garantiza que la población vaya a estar cuidada como la cuida el corrupto ¿penoso, no?
Si el partido político afectado niega los cargos, parece que también nos inclinamos a creer la versión mientras no se demuestre lo contrario. Tan penoso como lo anterior.
Así que con estos mimbres debemos tejer los cestos. Confiemos en la cordura de la mayoría de ciudadanos y empecemos a desalojar de las instituciones a los corruptos, sean de donde sean.
(Los datos están extraídos de un artículo de Héctor G. Barnés en EL CONFIDENCIAL)
Escrito para LA VOZ DE CASTELLDEFELS