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Las manifestaciones
en la Plaza Takhrir de El Cairo, hace un par de años, abrieron un horizonte de
esperanza en las diferentes dictaduras árabes. Se abrió un proceso generado por
el pueblo que parecía desembocar en ansiadas democracias. El mismo Egipto tuvo
sus elecciones y la población decidió dar la mayoría a los hermanos musulmanes.
Se nos dijo enotonces que era una corriente no radical cuyo fin, por encima de
todo, consistía en ayudar a los más desfavorecidos, y respiramos con cierta
tranquilidad al saber que no se trataba de un movimiento como el de Iran, lugar
en el que también se pasó de una dictadura a una democracia, pero ésta última
llena de normas integristas que en nada se asemejan a una verdadera democracia.
Con el tiempo, el
gobierno egipcio parecía tomar estos mismos derroteros, también de forma
democrática, pero por un camino que empezaba a alejarse de lo que conocemos por
verdadera, aunque siempre limitada, libertad.
La primavera árabe egipcia
ha desembocado en un enfrentamiento brutal y en asesinatos múltiples que hacen
presagiar una nunca deseada guerra civil. El ejército en el poder, tras un
golpe militar, no ha actuado de manera correcta, las masacres nunca se
justifican y tampoco son la solución para los problemas. El integrismo, sea de
un color o de otro, tampoco.
Es lamentable que
los deseos de libertad de los pueblos se vean truncados por la necesidad de
imponer las ideas sin tener en cuenta la convivencia y el respeto mutuo de las
ideologías. Nunca, en nombre de éstas, se debiera dar paso a la muerte, y menos
indiscriminada.
Escrito para La voz de Castelldefels