Ahora que diferentes medios de comunicación nos recuerdan cómo fue el golpe de Estado del 23-F de 1981 se me ha ocurrido que sería bueno recordar cómo lo vivimos unos cuantos ciudadanos.
Eran cerca de las seis y media de la tarde cuando me encontraba en la Farmacia y la farmacéutica salió diciendo que ETA había asaltado el Congreso de los Diputados. Así de confusas eran las noticias para los que sólo escuchaban la radio. Me dirigí inmediatamente hacia el Ayuntamiento (era concejala) y en la puerta, dentro de un vehículo, vi a Manuel Esteve (militante socialista) que me aclaró que los asaltantes eran de la Guardia Civil. Él se dirigía a nuestra sede para llevarse los archivos de militantes a buen recaudo. Pueden imaginarse que el miedo me recorrió el cuerpo. Entré muy asustada y en la Alcaldía me encontré con Agustín Marina (el Alcalde) y otro compañeros concejales.
Poco a poco fueron llegando los concejales de todos los partidos excepto uno (partido que no nombraré). También lo hicieron sin que nadie los llamara Jesús Campos, Secretario General del Ayuntamiento y los policías entonces llamados municipales José Castillo (jefe), López y Velasco. Pasado un tiempo Marina y F.J. Bercero (Teniente de Alcalde de Gobernación) se dirigieron a la Comisaría de Policía donde J.E. Ripoll (comisario) se puso a disposición del Alcalde.
Algunos estábamos bastante asustados y otros eran capaces de conservar la serenidad necesaria para que las cosas se desenvolvieran lo mejor posible. Mi miedo me hizo llevar a mi hija, que aún no tenía dos años, a casa de sus abuelos en Barcelona acompañada por mi amiga Cris, pensaba que al menos ella estaría a salvo en caso de que las cosas fueran tan mal como se preveían.
Pasamos la noche en vela escuchando la radio y recibiendo noticias de donde podíamos. Muchos vecinos quisieron unirse a nosotros en la espera, entre ellos dos militantes mayores del PSC y que lo fueron del POUM y algún militante comunista, que por haber vivido la Guerra pensaron que lo mejor era buscar armas para defendernos, pero el Alcalde decidió que era mejor dar cuanta mayor sensación de normalidad y que no entrara nadie más que los pocos que lo hicieron al principio, con ello pretendía evitar posibles enfrentamientos (un conocido fascista de la ciudad merodeaba con unos cuantos por la plaza en la que se ubica el ayuntamiento).
Nos llegaron noticias de que en el local de Falange de Gavà se estaba reuniendo gente armada. Marina contactó con el Comisario y le pidió que fuera hacia nuestra ciudad vecina a requisar las armas, como así se hizo. También nos llegaron noticias del cuartel del Ejército de Gavà de que el Comandante (ex miembro de la Unión Militar Democrática) se había dirigido hacia Sant Boi para impedir que los tanques salieran a la calle, hecho que produjo un resultado positivo.
Era bastante tarde cuando los del bar Tejada se presentaron con bebidas y bocadillos para todos los que allí estábamos y permanecieron en el bar por si necesitábamos algo más hasta muy tarde.
Fue un alivio ver aparecer al Rey hacia las doce de la noche anunciando que el intento de golpe de Estado había sido controlado. Pudimos volver a respirar sin arritmias porque pensamos que de verdad la acción no iba a pasar a mayores.
Un cuarto de hora después de la aparición del Rey en televisión se presentó al Alcalde el teniente Bachiller que comandaba el puesto de la Guardia Civil de Castelldefels:
¡A sus órdenes Sr. Alcalde! -dijo cuadrándose.
¿No cree usted que llega un poco tarde?-preguntó Marina-Ahora ya no le necesitamos.
Luego se descubrió que el ascendido capitán Bachiller tenía un arsenal de armas en el Vallès que estaban a disposición de un grupo de fascistas de la provincia de Barcelona.
Tuve que abandonar el Ayuntamiento poco antes de las nueve del día veinticuatro para asistir a mis clases en el colegio Can Roca. Mis niños (entre ocho y nueve años) me dijeron que muchos no habían dormido, que estuvieron toda la noche pegados al transistor junto a sus padres. Como aún no se había producido el desenlace les pedí hacer una clase diferente, escuchando todos en transistor y haciendo ejercicios que yo les ponía en la pizarra en silencio. Les aseguro que jamás he tenido una clase tan silenciosa como aquella y cuando a las doce de la mañana empezaron a salir los Diputados por la ventana se armó un verdadero jolgorio en aquella aula de niños tan pequeños, pero conscientes por lo que habían contado sus padres, de la que se nos hubiera venido encima si aquel golpe llega a triunfar.
Fuimos muchos millones los que aquella noche no pegamos ojo y muchos los que pasamos a partir de entonces a reconocer la valentía de otros tantos, entre ellos el Rey Juan Carlos.
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