Jordi Solé Tura se ha marchado dejándonos como herencia su manera de hacer las cosas. No fui amiga suya, ni lo conocí en profundidad, pero las veces en que tuve ocasión de tratarlo me pareció una persona experta en transmitir sosiego, calidad humana. Seguramente esas virtudes, más las inherentes a su formación jurídica, hicieron de él una persona importante para conseguir que la Constitución fuera un documento aceptado por todos.
Hemos perdido a un hombre que supo seguir una linea de pensamiento hasta el final de su consciencia. Al saber de su muerte lloré, como lo hice al final del documental de su hijo Albert, Bucarest, la memoria perdida.
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